VEINTE DÍAS EN TURQUÍA

Foto tomada durante nuestra visita al Museo al Aire Libre de GöremeComienza nuestro viaje a Turquía.
La curiosidad por descubrir otras tierras, la incertidumbre de lo que nos deparan, nos convierte en seres inquietos durante el vuelo. El madrugón en Madrid para coger el vuelo y el trasbordo en Milán, sumados a la pésima dieta de AlItalia, no consigue mermar nuestras energías. De eso, andamos sobrados. El entusiasmo acumulado durante los preparativos nos deja un buen excedente.
Aterrizamos en Estambul, una anfitriona extraordinaria. Cualquier viajero que quiera exponerse a la frenética cotidianidad de esta urbe, mezclarse entre la gente en las grandes zonas comerciales o entre el bullicio de los muelles, seguro descubrirá de improviso espacios se abren a la intimidad y la reflexión.
Desde allí, por carretera, nos desplazamos hacia la Capadocia.
La naturaleza compitiendo con la cultura. Numerosos valles, a cada cual más sorprendente. La fuerza de los elementos cobra protagonismo, nos sumerge en el asombro y nos rescata a la perplejidad. Descomunal. Algo tan terrestre se convierte en divino a nuestros ojos.
La tercera etapa hace escala en Adiyaman. Sube la temperatura a los pies del Nemrut. Junto al túmulo funerario de Antioco y en presencia de los dioses, sufrimos los inconvenientes de un enclave turístico y nos solidarizamos con el destino de aquellas esculturas silentes presas del flash. Fuera del horario de visitas, el silencio espeso se interrumpe sólo en diálogo con la imaginación, que interroga a aquellos testigos mudos de la historia.
Finalizamos nuestra ruta en Sanliurfa. En los jardines de Gölbasi, entre turistas, esta vez orientales, la distancia que nos separa de Estambul no sólo es física.

© 2005, Diseño y fotografías: Laura Bustos. Texto: Belén Bustos